Institucional
“ASI EN EL CIELO COMO EN LA TIERRA”: Los Gases de Efecto Invernadero a escala de paisaje
Alejandro D. Brown, Fundación ProYungas.
Hace unos meses atrás se puso de relieve el estudio “Presupuestos nacionales de C02 (2015-2020) inferidos a partir de las observaciones de CO2 atmosférico en apoyo de los balances (stocktake) globales” y que fue publicado el 7 de marzo del año pasado (2023) por la revista científica Earth System Science Data. Se trata de un estudio internacional, realizado por más de 60 investigadores, que utilizó mediciones realizadas por la misión Orbiting Carbon Observatory-2 de la NASA como una red de observaciones desde la superficie, para cuantificar los aumentos y descensos de las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono entre 2015 y 2020.

La metodología que se utiliza habitualmente para la medición del carbono se basa en el recuento y la estimación de la cantidad de dióxido de carbono que se emite en todos los sectores de una economía, como el transporte y la agricultura. El estudio plantea como una prueba piloto, un enfoque basado en mediciones de arriba hacia abajo (o top-down), es decir desde el “Cielo hacia la Tierra”. “Este análisis viene a complementar los procesos de inventarios nacionales, no reemplaza la actual metodología de abajo hacia arriba (bottom-up). Con una combinación de métodos y datos, los autores infieren el flujo de CO2 entre la Tierra y la atmósfera para una región determinada. Estas mediciones de CO2 atmosférico sirven más para estimar flujos de carbono a grandes escalas, útil para países de grandes dimensiones como la Argentina, por ejemplo.

El comunicado de prensa del estudio incluye un mapa que muestra las emisiones y absorciones netas medias (promedio) de dióxido de carbono de 2015 a 2020. Los países en los que se “secuestró” más dióxido de carbono del que se emitió aparecen como depresiones verdes, mientras que los países con mayores emisiones son de color naranja o rojo. En el caso de la Argentina, se encuentra en color verde. Esto significa que el consumo de combustibles fósiles y la actividad industrial emitieron en ese tiempo menos CO2 de lo que los sistemas naturales y productivos remueven de la atmósfera. “Pero no se puede atribuir ese cambio en el stock de carbono a un sector económico o actividad particular, ya que depende no sólo de tierras bajo manejo, sino sobre todo, de ecosistemas naturales (bosques, selvas, pastizales, ríos, lagos, etc.), los cuales no pueden asociarse discrecionalmente a una actividad productiva en particular”, tal como sostuvo Virginia Vilariño, licenciada en Ciencias Ambientales de la Universidad del Salvador (USAL) en una entrevista a tal efecto para el periódico La Voz que publico un extenso artículo al respecto.

Sin embargo, las desinformaciones circulantes llevaron a conclusiones erróneas a referentes del sector ganadero asumiendo que “el balance positivo (color verde) es debido a la captura de carbono en las tierras de pastoreo”, cuando -como señaló Vilariño- el stock de carbono estimado en el estudio incluye tierras bajo manejo y tierras no manejadas (ecosistemas naturales). “Aunque en algunos países de América del Sur se observa un aumento de las reservas de carbono terrestre, no es posible atribuirlo específicamente a los pastos utilizados para alimentar al ganado”, explicó uno de los autores del estudio. “En el documento afirmamos que existe una absorción neta en algunos países cuando se suman todos los ecosistemas, pero no estimamos las contribuciones de los distintos ecosistemas dentro de un mismo país, ni atribuimos la absorción en un ecosistema concreto a factores específicos”.

Además, y para particularmente el caso de la actividad ganadera, la investigación solo incluye emisiones de CO2, no toma en cuenta ni el metano (CH4) ni el óxido nitroso (N2O), que son los gases de efecto invernadero más relevantes de la actividad ganadera, actividad a la que se le ha atribuido un rol importante en la emisión de GEI, actividad productiva claramente objetada al respecto. En el rubro de las actividades productivas asociadas a cambio de uso del suelo y ecosistemas silvestres, 2 terceras parte de los GEI corresponden justamente al metano y óxido nitroso.
De acuerdo con el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero (GEI), en 2018 el sector ganadero contribuyó con un 18% de las emisiones de GEI (del 0.9% de la contribución Argentina a las emisiones globales), principalmente a través del metano que se genera durante la digestión (fermentación entérica) de bovinos y el óxido nitroso de la excreta de pasturas de bovino de carne. Desde el sector ganadero vienen abogando porque se revisen las metodologías utilizadas para calcular las emisiones de gases de efecto invernadero de la Argentina y se contabilice a favor el carbono capturado en praderas y pastizales, un poco en línea con la mirada “desde el Cielo”.
“La metodología que emplea la NASA posiciona a Argentina como un país con balance positivo de C, es decir captura más carbono que el que emite. Si bien es cierto que en este balance Argentina tiene poco peso de emisiones industriales en comparación con otros países, nuestro país cuenta con una extensa superficie de pastizales y otros ecosistemas naturales. Según información del INTA, está en el top 5 de superficie de pastizales naturales luego de Australia, China, EEUU y Brasil. Y nuestros sistemas ganaderos se basan (a pesar del crecimiento del feedlot de los últimos años) en sistemas de alimentación con pastos”. “Del total de biomasa vegetal del cual se alimentan nuestros animales (de la cantidad total de kg que comen nuestros animales para alimentarse a lo largo de su vida), el 91% corresponden a pastizales naturales y pasturas, y un 9 % a granos, pellets, silajes, etc. El sistema de alimentación de nuestras vacas se apoya en sistemas pastoriles y es allí donde se puede hacer el link con los resultados de la NASA que menciona a las tierras de pastoreo como un factor que contribuye a mejorar positivamente los balances de carbono”. “Los pastizales naturales ocupan el 70% del territorio nacional y ocupan el 95% de la superficie ganadera de Argentina”. El resto de los ecosistemas naturales son bosques (aprox. 12%), y el resto entre estepas arbustivas y humedales (casi 20%), algunos de los cuales son importantes fijadores de CO2 atmosférico.

Toda esta discusión de escalas, refleja un tema muy relevante que en general ha sido deliberadamente (?) soslayado. Y se trata que nuestros sistemas productivos están insertos o inmersos, tanto a escala predial como regional, en una matriz dominante de sistemas naturales que neutralizan en gran medida, los efectos ambientalmente negativos directos de las actividades humanas sobre los bienes y servicios de la naturaleza. Esa es la razón y el sustento técnico de nuestro concepto de “Paisaje Productivo Protegido”. Un espacio donde las actividades productivas, por un lado, aumentan su eficiencia reduciendo sus costos ambientales, y además sostienen con sus propios recursos, el mantenimiento de importantes superficies silvestres en sus entornos productivos dentro de sus propios patrimonios. Y no debemos tampoco, no considerar el efecto de recuperación espontánea de muchos espacios silvestres por la reducción de la presión humana en amplios territorios por la concentración de población en entornos urbanos y periurbanos que garantizan servicios y empleabilidad, aunque obviamente esto también tiene su costo ambiental y consecuentes emisiones.
En este contexto entonces, es necesario evaluar estos procesos a distintas escalas espaciales y temporales, vinculando lo que ocurre en las parcelas de producción con el entorno donde estas parcelas están inmersas. De tal manera, la mirada desde el Cielo o en la región, nos permitirá evaluar con más eficiencia lo que pasa en la Tierra o en las parcelas productivas.